La relación que existe entre el ambiente construido y el cambio climático es ineludible, las edificaciones requieren materiales para su construcción, estos a su vez requieren recursos y energía para su manufactura y transporte. Las edificaciones también requieren energía para poder funcionar durante toda su vida útil, lo cual significa que algo que se construya en este momento va seguir consumiendo los mismos recursos dentro de 30 años.
En Drawdown (que recomiendo leer por si están interesados en conocer un poco más sobre estrategias para reducir el cambio climático) se encuentra un dato interesante, y es que “a nivel mundial los edificios son responsables por el 32 % de la energía utilizada y por el 19% de la energía relacionada con la emisión de gases de efecto invernadero”. Esta relación entre la energía y los gases de efecto invernadero generados, debería ser suficiente para cuestionar el enfoque con el que se está desarrollando el diseño y la construcción.

A esto se suman otras situaciones particulares de las ciudades, como por ejemplo el deterioro de los centros urbanos, que obligan a las personas a migrar hacia la periferia de las ciudades, tanto para viviendas como para otros usos, lo que se traduce en depredación de las zonas verdes y de recarga acuífera de los territorios. A medida que una ciudad se va expandiendo se va necesitando una red de infraestructura que pueda sostenerla, es decir, nuevas redes viales, eléctricas, de agua, entre otros; en resumen, más recursos y energía.
“Los edificios antiguos son reemplazados por nuevos a una tasa de 1 al 3% por año” (Drawdowm, 2017). Esto significa que aunque todo el parque de nuevas edificaciones se construyera con principios de sostenibilidad (lo cual es poco probable) y con un consumo energético bajo, en realidad según Elefante C, “no se está reduciendo el calentamiento global, sino sólo reduciendo su crecimiento. En cambio, intervenir los edificios existentes puede reducir el calentamiento global”. Ante esta situación es evidente que se deben introducir cambios, tanto desde la perspectiva de políticas públicas (por ejemplo incentivos económicos) como desde el quehacer profesional y uno de estos cambios es la remodelación de las estructuras ya construidas. En el mundo existen millones de metros cuadrados de área construida, por lo tanto enfocarse en mejorar el consumo energético, la calidad del espacio y revalorizarlos es fundamental para limitar la amenaza del cambio climático.
Desde la academia se nos enseña siempre a proyectar un edificio nuevo, desde ahí, aprendemos a preferir de alguna forma ser quienes desarrollamos el proyecto desde cero y cuando llegamos a la vida profesional lo que hacemos es ir siempre en búsqueda de ese nuevo proyecto, en un terreno nuevo. Podría decirse que salimos con una idea preconcebida sobre lo complicado que podría ser una remodelación, incluso hay una frase muy popular que se repite en el medio “nunca se sabe con lo que se va encontrar una vez comenzado el proyecto”.
Considero que es necesario un cambio de paradigma, tanto en el propietario del proyecto, que muchas veces puede preferir una edificación completamente nueva, como en nosotros los profesionales que queremos evitar complicaciones. Es necesario evaluar qué tan dispuestos estamos a resolver las dificultades que se puedan presentar, volviéndose quizás oportunidades de aprendizaje y desarrollo profesional, que no solo nos benefician a nosotros, sino también al medio ambiente.“El edificio más verde es aquel que ya existe” (Carl Elefante).

Edificio Empire State, Nueva York, una edificación de 1932, ha sido remodelada en los últimos años y se incluyeron objetivos de eficiencia energética.
Fuentes: https://www.esbnyc.com/about/sustainability
*Remodelar: reformar algo, modificando algún de sus elementos, o variando su estructura